Como cristianos, debemos someternos a la palabra de Dios porque Jesús les dijo a sus discípulos: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” Juan 14.15.
En la Biblia encontramos un mando capital que todo cristiano se debe de respetar. “…mas amarás á tu prójimo como á ti mismo: Yo Jehová.” Levíticos 19.18.
A pesar de este precepto fundamental, muchos cristianos tienen dificultades para mirar a su prójimo como ellos-mismos.
¿Quién es su prójimo? Simplemente puede ser la persona que se coge en sus lados, los que sean un vecino, un extranjero, un colega, o un transeúnte…
Por cierto, es muy fácil querer a la persona a la que se bordea o a la que frecuenta y de despreciar la que no conoce. Oro, esta actitud no es el comportamiento de un « cristiano », un discípulo perfecto. En efecto, ¿Cómo veríamos la diferencia entre el discípulo de Jesucristo de Nazaret y el pagano?
“Porque si amareis á los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?” Mateo 5.46. Sin embargo la Biblia es clara: “El que dice que está en luz, y aborrece a su hermano, el tal aún está en tinieblas todavía” (1 Juan 2. 9-11).
Es necesario saber que después de su conversión, el niño de Dios transformado por el Espíritu de Cristo, mira con los ojos del Señor y no con los ojos de su carne.
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” 2 Corintios 5.17.
Dios nos invita a querer a nuestro prójimo como nuestro superior (Filipenses 2.3). En caso contrario, si estimamos que somos superiores, eso es el orgullo, que está en contradicción total con la naturaleza divina.
Un niño de Dios forma parte integrante del cuerpo de Cristo que es uno e indivisible. La Iglesia de Jesucristo es la de las naciones. Esta reúne a hombres y mujeres del mundo entero alrededor de un solo nombre: Jesucristo de Nazaret.
Sin embargo, muchos cristianos son afectados por formas diversas de divisiones, incluso de sectarismos.
“Porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis vestidos. No hay Judío, ni Griego; no hay siervo, ni libre; no hay varón, ni hembra: porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.” (Gálatas 3. 26-28).
Jesucristo que es la luz y la Palabra por excelencia, nos dio el poder de ser hechos niños de Dios. Debemos realizar que Cristo se cogió todo en la cruz: divisiones, sectas, separaciones, el odio hacia el otro, la discriminación, el racismo, el desprecio…
Todas estas cosas atadas a la naturaleza pecadora del hombre cayeron cuando Cristo ha sido crucificado (Romanos 6.3-4). Una vez despojados por el viejo hombre, debemos revestir (en nuestro corazón y en nuestro comportamiento) el hombre nuevo.
La naturaleza de Cristo debe empujarnos a revelar el corazón del Padre. Dios es nuestro padre, tiene bastante importancia en su corazón para acoger totalmente a los que plenamente reconocerán a Jesucristo como su Señor y Salvador.
Hay que ver a nuestro prójimo como un alma que a Dios le gustó hasta el punto de derramar su sangre para ella. En Jesús, no hay más distinción de raza, clase social, etnias, cultura, costumbres, tradición. Dios presta atención al corazón y no a la apariencia.
“Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová mira no lo que el hombre mira; pues que el hombre mira lo que está delante de sus ojos, mas Jehová mira el corazón.” (1 Samuel 16.7).